Cuando llegamos al collado me señaló como subían los demás y con su mejor sonrisa me dijo: “Tienes que subir, las vistas desde arriba son espectaculares”. ¿Y como me podía negar?.
Paso a paso llegamos a la cima, no dejó de contarme cosas para que me olvidara del esfuerzo y su charla me llevó hasta el pico.
Tanto nos ensimismamos que de repente nos dimos cuenta, ¡hay que darse prisa, es tarde! Ahora a correr para que no nos tenga que esperar el autobús. ¡Ya nos hemos perdido la cervecita del final de ruta!.
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